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Benito Taibo

23/03/2014 - 12:00 am

La maldita primavera…

Ya llegó. Ya está aquí la primavera, y montones de personas se ponen muy contentas por los días de Sol que depara, por el florecer de las jacarandas y por ver cómo se va poniendo verde el pasto, por los cantos de los pajaritos y porque tienen una irremediable tendencia a lo cursi que ni […]

Ya llegó. Ya está aquí la primavera, y montones de personas se ponen muy contentas por los días de Sol que depara, por el florecer de las jacarandas y por ver cómo se va poniendo verde el pasto, por los cantos de los pajaritos y porque tienen una irremediable tendencia a lo cursi que ni siquiera voy a dirimir. Están en su absoluto derecho e incluso lo celebro.

Es cierto que llegan días más cálidos y más largos y eso se agradece.

Se puede comer fuera, pasear y no tener que cargar estorbosos suéteres y chamarras por todos lados.

Pero no todos disfrutan la primavera.

Incluso, se sufre y mucho.

Sobre todo el mero día en que llega oficialmente  hasta nosotros, el 21 de marzo.

Que sin embargo, no es el momento que pensamos. Cito a Daniel Flores Gutiérrez, investigador del Instituto de Astronomía de la UNAM: “El equinoccio de primavera ocurrirá a las 23:14 horas del lunes 19 de marzo, cuando el Sol arribe al punto cardinal este.” (Ustedes están leyendo esto, cuando la primavera ya lleva cuatro o cinco días entre nosotros).

El tema aquí, es que muchos creen que el tan llevado y traído equinoccio, sucede exactamente a las doce del día del 21 de marzo, natalicio de Don Benito Juárez. Y abarrotan zonas arqueológicas del país, para “cargarse de energía” poniéndolas en terrible riesgo.

Éste comportamiento no es una costumbre ancestral precolombina, ni mucho menos. Su “inventor” tiene nombre y apellido: Raúl Velasco.

Muchos de ustedes lo recordarán, y tal vez los más jóvenes no tengan idea de que estoy hablando.

Conductor de un maratónico programa de televisión llamado “Siempre en domingo”, tuvo una enorme popularidad en los años setenta y principios de los ochenta; inventó (literalmente) a montones de estrellas para el canal de las estrellas; hizo éxitos instantáneos que vendieron millones y que fueron olvidados en muy poco tiempo, y un mal día, descubrió el esoterismo.

Así, vestido de inmaculado blanco, contó en cadena nacional como un libro sobre la “fuerza energética” de las estructuras piramidales, había cambiado para siempre su vida. Y con una filosofía propia entremezclada de retazos de chamanismos pop, “new age”, cristianismo primitivo, poderes alienígenas, piedras filosofales y control mental, alegremente propuso a su teleauditorio que habría que ir a las pirámides de Teotihuacán, el día del equinoccio de primavera, todos vestidos de blanco, a cargarse de energía.

Y miles hicieron eco de su llamado a pesar de que no hay pirámides en México, sino basamentos (ninguna termina en punta como las que se encuentran por ejemplo en Egipto) y cargados con canastas, copal para quemar, yerbas para limpias, níveos como osos polares, con sus cuarzos, sus ágatas, se fueron a recibir la energía prometida para que los años por venir no fueran tan tediosos, tan tristes, tan sin gracia.

Y muchos, en vez de recibir lo que esperaban, recibieron a cambio, quemaduras de piel en segundo grado, deshidrataciones, empujones, mentadas e incluso un par de caídas peligrosas que terminaron en el hospital, porqué todos querían estar a las doce en punto en la cima del basamento, a recibir los rayos “benéficos” del astro rey.

Y la zona arqueológica de Teotihuacán, tuvo a cambio, toneladas y toneladas de basura, destrucción de pisos prehispánicos por la marejada de gente, insolados por todos lados y se puso sin duda, en riesgo su integridad.

Vemos en estas zonas magníficas (Chichén Itzá, Tulum, Cacaxtla por poner sólo unos ejemplos), tan sólo los edificios y estructuras monumentales, pero no todo lo que está allí esperando pacientemente para ser descubierto y puesto en valor (cultural, que no económico) por los arqueólogos, para el disfrute de las próximas generaciones y como símbolo de identidad de nuestra nación.

Y las aglomeraciones, no ayudan en nada a su conservación.

El tema, es que desde esos tiempos de Raúl Velasco, la “idea” de cargarse de energía se sigue propagando, y cada año, el 21 de marzo, el inicio de la maldita primavera, un nuevo desfile de creyentes pone en riesgo nuestro patrimonio (que es de todos) sin pensar en las fatales consecuencias a futuro.

Está científicamente comprobado, que la única manera viable de “cargarse de energía” es por medio de la ingesta de azúcares.

Así que, ¿por qué mejor no nos comemos un chocolatito y nos quedamos en casa?

Y permitimos que los que vendrán después, dentro de cien años, vean el esplendor, la magnificencia y la belleza de nuestro patrimonio arqueológico en todo su esplendor.

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